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Ariadna y Carlos: Una boda en tiempos del Covid-19.

Escribo este post con “Todo estaba bien” de Carlos Sadness de fondo. Me hace recordar aquel tiempo pasado en el que todo fue mejor… Han sido cinco meses muy duros, sobre todo, por ver como las parejas se desanimaban, se frustraban ante la situación, pero también han sido meses de paciencia y de esperanza.

Así, con un rayo de esperanza esperábamos la boda de #ariycarlosprometidos.

Por fin, llegó el día. Fuimos capaces de hacer de las restricciones armas para “reconfigurar” una boda que, durante tantos meses, habíamos planificado y diseñado con tanto cariño.

La boda, en un principio, era una boda de 300 invitados. Sin embargo, y pese a no tener una restricción excesiva en este aspecto, Ari y Carlos decidieron acotar el número de invitados a 100. La idea era hacer una reunión más íntima con familiares y amigos.

En la iglesia, los invitados con sus mascarillas eran recibidos con gel hidroalcohólico. Aplicamos distanciamiento social en los bancos, apoyándonos en los detalles que teníamos para los invitados.

La ceremonia transcurrió de lo más emotiva. Ari deslumbro con un bonito vestido de Ramón Herrerías para Maison Portocale y un ramo lleno de color de David de Sant. 

A la salida, los abrazos y besos fueron sustituidos por “choque de codos” entre risas de los invitados.

La celebración era una de las partes que más atención debíamos poner, las medidas a tener en cuenta no eran pocas, pero gracias a los equipos de Siempreverde y Dalua Catering todo salió a las mil maravillas.

Recibímos a los invitados con un bodegón de lámparas balinesas con un toque de pampa rosa y el toque de luz de los velones en el que dispusimos un punto de desinfección. Además, controlamos la temperatura de los asistentes.

Ya desde este punto, pudimos percibir las ganas de compartir que tenían todos los invitados.

La zona de cóctel quedó eliminada. Optamos por hacer un servicio completo en mesa para reducir la circulación de los asistentes por la finca. Los invitados, además, recibieron el día anterior el número de la mesa en la que estaban sentados, con lo que la ubicación en las mesas fue rapidísimo, sin aglomeraciones.

Las mesas, de no más de 15 personas, estaban ubicadas bajo el manto de los arboles, de los que sorprendimos a los invitados con cestas de mimbres que parecían que se dejaban caer.

Una combinación perfecta con la paleta de colores que elegimos para las mesas, rosa chicle y azulón. El equilibrio perfecto lo conseguimos con unas bonitas velas azul marino.

La mesa de los novios acaparó todas las miradas con un precioso bodegón floral en el que intercalamos candelabros de madera.

Los novios, por supuesto, tuvieron su baile nupcial. Fue uno de los momentos más emotivos. Las miradas se cruzaban entre ellos, transmitiéndose un sentimiento de satisfacción maravilloso: LO HABÍAN CONSEGUIDO.

La barra libre, también sufrío variaciones. Todos sabéis que la pista de baile se eliminó en las bodas entre las primeras restricciones, pero esto no fue un impedimento.

El espacio de alrededor de la olivera que tanto nos gusta, se convirtió en una zona chillo ut con mesas altas de madera y taburetes y una barra de madera escondía un coctelero en el que preparaba las bebidas que más tarde eran servidas.

Tuvimos por supuesto fotomatón, con Smile You, que como siempre fue un éxito. Por supuesto, con precauciones: eliminamos el atrezzo reduciendo así el contacto entre los invitados. Y como no, la parte dulce, que tanto nos gusta, de la mano de Sweetland Café.

Os aseguro que fue un día muy especial. Nuestra primera boda en tiempos de COVID-19, fue muy emotiva  la recordaremos siempre.

Fotografía: Miriam Alegría.